Carne cultivada: la revolución alimentaria que busca salvar al planeta

Durante décadas, la humanidad ha debatido cómo alimentar a una población en crecimiento sin destruir el planeta. La carne cultivada, también conocida como carne de laboratorio, se perfila como una de las respuestas más prometedoras: un producto real de origen animal, pero sin sacrificio, sin deforestación y con una huella ambiental drásticamente menor.

Mientras algunos la consideran una utopía científica, otros la ven como una necesidad urgente ante el cambio climático y el impacto de la ganadería tradicional.

¿Qué es la carne cultivada y cómo se produce?

A diferencia de las carnes vegetales (hechas a base de soya o arvejas), la carne cultivada se obtiene a partir de células animales reales. En un laboratorio, se extraen células madre de un animal —por ejemplo, de una vaca o un pollo— y se cultivan en un biorreactor que reproduce las condiciones del cuerpo: temperatura, oxígeno y nutrientes.

Estas células crecen y se multiplican hasta formar tejido muscular, que posteriormente se transforma en carne. El resultado: un producto idéntico en sabor, textura y valor nutricional al tradicional, pero sin necesidad de criar ni sacrificar animales.

Una alternativa sostenible y ética

La ganadería convencional es una de las principales fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero, responsable de cerca del 15% del total mundial. Además, requiere grandes extensiones de tierra y millones de litros de agua para producir cada kilo de carne.

En cambio, la carne cultivada podría reducir hasta un 90% el uso de agua y suelo, y disminuir significativamente las emisiones de metano, uno de los gases más dañinos para el clima.

Desde el punto de vista ético, representa un avance enorme: millones de animales podrían dejar de ser sacrificados cada año, y al mismo tiempo, se reducirían los riesgos sanitarios vinculados al consumo masivo de productos de origen animal, como zoonosis o el uso indiscriminado de antibióticos.

El desafío de llegar a tu mesa

Pese a sus ventajas, el costo sigue siendo el gran obstáculo. En 2013, el primer prototipo de hamburguesa cultivada costó cerca de 300.000 dólares. Hoy, gracias al avance tecnológico, su valor ha bajado drásticamente, pero sigue siendo superior al de la carne tradicional.

Países como Singapur, Estados Unidos e Israel ya autorizaron su comercialización en restaurantes seleccionados, mientras empresas como Upside Foods, Eat Just y Believer Meats trabajan en la producción a gran escala. Sin embargo, todavía se necesita una fuerte inversión para convertirla en un producto accesible y masivo.

¿Qué pasa en Chile y Latinoamérica?

En la región, el desarrollo aún está en fase inicial, pero Chile ha comenzado a explorar el tema. Investigadores y startups locales como Luyef y Sticta, observan de cerca las oportunidades que ofrece la biotecnología alimentaria, especialmente en un país donde la sustentabilidad y la innovación agroalimentaria han cobrado fuerza.

Algunas iniciativas, como las de The Live Green Co o NotCo, han abierto camino en alimentos alternativos basados en plantas, sentando un precedente que podría facilitar la transición hacia la carne cultivada.

En Brasil y Argentina, por su parte, ya existen laboratorios trabajando en cultivos celulares con el apoyo de fondos públicos y privados, anticipando el potencial económico que esta industria puede tener en la región.

El futuro de la alimentación

El auge de la carne cultivada plantea una pregunta inevitable: ¿estamos listos para cambiar nuestra relación con la comida? Si bien su aceptación cultural aún es un desafío —pues muchos consumidores asocian la palabra “laboratorio” con algo artificial—, la tendencia global apunta hacia un futuro más consciente y sostenible.

Cada vez más personas entienden que reducir el consumo de carne no significa renunciar al placer de comerla, sino buscar alternativas que sean compatibles con la salud del planeta.

La carne cultivada no solo redefine la industria alimentaria; redefine también nuestra idea de progreso. Y aunque todavía está en sus primeras etapas, su potencial para transformar el futuro de la alimentación es, sin duda, revolucionario.

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